Todo individuo tiene la capacidad de reconocerse en el pleno desarrollo de sus potencialidades, pero es la persona atenta y sabia la que se interrelaciona con humildad y actúa en el día a día sin proclamarse dueña de los resultados.
El practicante de meditación zen participa de la vida sin apegos ni rechazos, viene y va por el flujo de la mente sin perder la estabilidad y desarrollándose en un atento dinamismo. Los meditadores archivan los méritos y no se quedan con ellos. Es el deseo del provecho lo que debilita la madurez espiritual de todo practicante. Por eso el maestro Nāgārjuna dijo:
“Sin esfuerzo de tu parte,
se realiza tu naturaleza original.”
Cuando nos reconocemos en la plenitud armónica de los distintos niveles que conforman nuestro ser, cuando equilibramos el cuerpo, la mente, el corazón y el espíritu de una forma íntegra y global, naturalmente brota en nosotros el deseo de compartir este camino. Por el contrario, los sentimientos de obediencia extrema y sumisión contaminan la vivencia en libertad de cada cual con vacíos argumentos y banales normativas, tratando de dictarle a otros lo que supuestamente consideran está bien o está mal.
En el espíritu abierto de todo practicante, la humildad no se reconoce en postulados de exigencia, si bien el respeto, la tolerancia y la igualdad forman parte del vocabulario universal de todo meditador. Ya el mismo Budha Shakyâmuni le dijo a su principal discípulo Ananda:
“Sé tu propia antorcha”
En el budismo la humildad se hace presente en el camino del autoconocimiento. Los efectos de nuestras acciones, palabras y pensamientos (karma) devienen de unas causas cuyos efectos experimentamos en el instante del presente; aceptamos que nadie va a vivir el trabajo de transformación por nosotros, pero uno de los principales peligros del meditador pasa por creerse en la capacidad de hacer este trabajo por sí solo. Éste es el veneno de la auto referencia. El ego se las sabe todas y manipula siempre la realidad a su antojo; el ego fundamenta sus actuaciones inconscientes en la afirmación de poder repetirse una y otra vez a sí mismo. Por ello se cree que todo lo sabe y que a nadie necesita. Ya en el taoísmo, una de las tradiciones de conocimiento más antiguas de la humanidad, encontramos en su obra magna el Tao Te King:
“El que sabe no habla,
el que habla no sabe.”
La humildad es una invitación para desarrollarnos a través de una práctica realista, pues radica en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y actuar de acuerdo a ello. No significa esto que los meditadores deban sentirse personas débiles para afirmar el propio ser, el Ser Real que a todos nos sustenta y unifica en una misma aspiración sincera.
Somos luces y sombras. La luz existe en la oscuridad; la oscuridad existe en la luz. No veas sólo el lado oscuro. No veas sólo el lado luminoso. La humildad implica aceptarnos con ecuanimidad en todo lo que somos y desarrollar al mismo tiempo la naturaleza original de la existencia. Teresa de Ávila dijo:
“El humilde ve las cosas como son,
lo bueno como bueno, lo malo como malo.
En la medida en que un hombre es más humilde
crece una visión más correcta de la realidad.”
lo bueno como bueno, lo malo como malo.
En la medida en que un hombre es más humilde
crece una visión más correcta de la realidad.”
La práctica de la meditación zen es desnuda, clara y directa. Supone el fortalecimiento de una imagen cada vez más ajustada del sí mismo, la cual no está reñida con un profundo sentimiento de igualdad y de reconocimiento pleno en el otro.
La humildad es una puerta abierta para que el aire de la compasión refresque las mentes y los corazones de los hombres y mujeres del ahora.
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